Libros de Horacio Esber
En “La Chernia, el Chucho y la Cholga” la Negra Claudia Durigón me apuró, Vos no podés callar esa historia; casi una obligación que la contés..., y no es por vos flaco, es por la historia que te lo digo.
Flaco, me dijo. (Así, entre seductora, ácida y esquiva). Terminé el “Wok de la pesca del día con verduritas al vapor” y antes del siguiente trago de tinto le dije, Sí. Rosario es una ciudad caliente, caliente y hermosa.
Supe
Artemisa es un pueblito de Cuba al que nunca fui. Sé que en él habita una mujer afortunada. Es raro que siendo como soy, todavía no haya viajado hasta La Habana para traerla y recorrer el Malecón de su mano. Ella es Amparo López Enríquez, la miliciana de la que quiero decirles y a la que quisiera contarle lo que pasó después que se encontrara con él.
Nunca conversé, pero de ella me hablaron. De ella y del Cuervo. El Cuervo, la única seña que Luis me dio, No hace falta que conozcas su nombre, todos en el errepé saben quién era..., y lo saben también los Montos y los de la Secretaria de Derechos Humanos de la Presidencia..., y si no preguntale a.
Me largó crudito con eso, y sólo cuando terminé de escribir la recuperada historia entre el Cuervo y Amparo, me di cuenta que no hacía falta que me dijeran cómo se llamaba él.