Libros de Otres
Ese tiempo que tuvimos por corazón, de Marie Gouric (Random House: 2023), Reseña por Matías Kraber
Cuando escribir es un tajo de herida dulce por el que drena la historia, Marie Gouiric sabe maridar su escritura en una narrativa poética que habla con imágenes. Tiene el equilibrio justo para que la ley de la gravedad de la escritura no caiga ni en la euforia o la depresión. Siempre flota dentro de una prosa poética. Es la historia de una maestra que llega con el título bajo el brazo desde una ciudad del interior bonaerense a la gran urbe para comenzar su trabajo como moza de noche y maestra de día. Una balanza proletaria que se inclinará a favor de la vocación educativa que muestra un rol todoterreno en un país en el que la escuela pública desnuda las urgencias sociales de los sectores más postergados.
Ella llega de voluntaria para dar una clase de escritura. Casi una paracaidista anónima en un mundo desconocido. Sin embargo, tiene el conocimiento y la sensibilidad de aliados para poder abrirse camino: «Mi título de maestra era una herramienta y las herramientas se usan para construir. A veces forma parte de la construcción romper algo. Por ejemplo si digo: No tengo suficiente luz del sol, la casa está fría; habrá que buscar poner una ventana en el lado norte de la casa, el punto cardinal que más energía recibe. También puede ser un ejemplo Lucila que decía y escribía abujero. Después de practicar y pronunciar, y ver la palabra escrita en un papel, sacó esa palabra mal aprendida y contenta repitió en su cuaderno: agujero. ¿Le habrá entrado un brillo de sol distinto?
“Hacete un oficio, estudiá, sos mi máxima inversión”», es el decálogo que deja un padre y la narradora lo recuerda casi como un mantra mientras sucede el encuentro con el territorio y el rol de docente con el que no sólo procura enseñar a escribir palabras y más tarde poemas, sino a asegurarse que vayan a clase, pasarlos a buscar por sus casas luego de bajarse del colectivo y que además, tengan la panza llena para poder hacer posible lo que se transforma en la metáfora que da nombre al libro: «Podrás enseñar cuando haya un arcoíris directo de un corazón a otro corazón».
«Nos recostamos con ternura en una siesta sobre el pasto a la sombra de una acacia (...) Nos sentábamos a hacer panza llena mientras leíamos poemas». Así arranca el libro con un picnic de sol que es estufa y sonrisa, tirados al pasto con papeles y telas que son sus banderas en ese lugar que no necesita nombrar. ¿Todo lo que se nombra, vive? pregunta la narradora en forma de espiral en un momento en el que el libro se convierte en cine poético que la vuelve hacedora de una ternura bucólica.
«Comíamos galletitas, tomábamos Manaos» es un mantra de lo que hace junto a sus alumnos y se repite hasta el final; sin embargo cada vez que retorna, vuelve distinta, porque es un loop que dice algo nuevo en cada pasaje en el que reaparece.
El orden de la historia con el pulso del sentido estético: los capítulos no tienen una lógica lineal del tiempo. Si hay velocidad narrativa de capítulos cortos y un paisaje nítido: la periferia de una gran ciudad sobre un río turbio que hede, donde las casas se apilan en el desorden y no hay cloacas ni asfalto ni calles: «...Para el frío, movimiento. Corrimos afuera y juntamos chauchas de la acacia negra noche para llorar está hecha. Las acostamos sobre la mesa y comenzamos a pintarlas con témpera».
Un punto de inflexión en el libro lo marca la aparición del Dylan: un niño que desafía al peligro y llega a la clase de forma intempestiva, corre por arriba de los techos agujereados proyectando más abajo en el aula, una sombra intermitente, mientras la maestra da la clase. La tensión de su primera aparición marca el giro de la novela y se transforma en el corazón del queso ¿cuánto hay de esa escena en lo que devendrá en el personaje?
Los nombres propios son los chicos, siempre. Lucila, Cristina, Dylan, Nahiara, Nuria, Daiana, Jai, Nano, Otana, Ramiro , Rocío, Ruth, Leo y Marylin. Aparecen sus rostros, sus nombres pintados con tinta indeleble para formar el arcoíris de corazón a corazón. La maestra genera un círculo poderoso en el que transcurren los encuentros y se entera de sus vidas al tiempo que siempre intenta despertar el entusiasmo aún en las condiciones más adversas. “(...) Un fanático encuentra agua potable allá donde otros solo ven barro”, es una frase del escritor Fabián Casas que bien pudiera graficar el espíritu de la narradora docente que por ejemplo encuentra un tesoro en el despojo de una fábrica. «Ahí empecé a entender que de esto también trataría la tarea de una maestra. Tocar lo que no es de ella ni de nadie, como si se creyera Cristo cuando revivió a Lázaro con las manos teñidas de roña en la búsqueda de qué resucitar».
Gouric es dueña de una prosa propia que sabe dónde reconocer poesía en cada momento de la historia, como la escena en la que improvisan el funeral de un pájaro que Dylan quiso adoptar. Ese tiempo que tuvimos por corazón (Random House, 2023) es su segunda novela -la primera se tituló De donde viene la costumbre (Random House, 2019)- y aporta su grano de arena en los anaqueles de literatura y educación, desde la mirada de una maestra en la continuación de una tradición que tal vez la escritora Hebe Uhart sea una de las primeras en abrir.
Se trata también de un libro que sabe condensar géneros, que no usa diálogos ni comillas sino que todo está ahí en el ensamble de la historia. Sutiles herramientas puestas al servicio de la novela que muestra que las tradiciones de la escritura son eso: tradiciones. A través de su trazo, Gouiric, nos dice que algo nuevo puede emerger desde la conexión poética con el lenguaje para que resulte algo distinto y singular que en todo caso hable con una lengua más propia, próxima y contemporánea. Incluso un puente con nuevas generaciones. Todo está unido en una misma prosa que sabe mezclar bajo un prisma delicado, una mirada perpendicular que puede tocar el amor incluso en el lodo. El arcoíris del vínculo que se abre entre la que escribe y quien lee. Entre la maestra y sus alumnos. Una hermosa metáfora que aloja, también, a la intemperie.
Matías Kraber, nació en Saladillo en 1985 aunque vivió en General Alvear, centro de la provincia de Buenos Aires, hasta los 17 años. Es Licenciado en Comunicación Social con orientación en Periodismo de la Universidad Nacional de La Plata. Se desempeña como profesor adjunto de la cátedra Taller de Producción de Contenidos y Narrativas Gráficas de la Tecnicatura de Periodismo Deportivo de la Facultad de Periodismo de la UNLP desde 2013. Vive en La Plata desde hace 20 años, publicó el libro de ficciones: Paracaidistas de domingo con Ediciones Masmédula (2015). Realizó crónicas, entrevistas y reportajes que ha publicado en distintos portales y medios de comunicación. Coordina su propio taller de escritura Dos orillas y es el artífice del podcast El Ladrón de postales (2021) en el que reúne relatos de viajes por Latinoamérica y España. Es coautor del documental de viaje El pájaro sos vos (2019), creador e integrante de las bandas Casiopea (2014) y Robot Romántico (2022) y tiene su proyecto musical de songwritter como Matias Kraber.
@matiaskraber