Libros de Otres
Vivo en un dos ambientes que compré con la crisis del 2001. Ese fue mi gran batacazo. Cinco años antes había vendido un monoambiente que me habían comprado mis padres como adelanto de lo que terminó siendo la única herencia. Lo vendí sin apuro porque me había casado con una mujer con casa, quincho y pileta. Con ella tuve dos nenas que hoy no puedo ver por orden judicial. Cuando me separé, el valor de las propiedades había caído hasta el punto de que con la misma plata pude comprar el departamento de abajo al que había sido mío. Un dos ambientes luminoso y bien cuidado.
Ahora que en la redacción encontraron la manera de que trabaje desde mi casa para no tener que echarme, resulta que paso casi todo el día, casi todos los días, adentro de mi departamento. Eso me deja mucho tiempo libre. La mayoría de las veces lo uso para pensar en el piso de arriba. Hace poco se fue el último inquilino. No faltará tanto para que aparezca otro. El dueño no se puede quejar, casi siempre encuentra alguien que se lo alquile. A mí me gusta esa rotación de gente. Según los ruidos que hacen y los horarios que manejan, voy construyendo sus vidas. Hasta último momento trato de no cruzármelos para tener más tiempo. Cuando finalmente los conozco se termina el juego y lo único que me queda es comparar mis ocurrencias con la realidad. Son pocas las veces que acierto.
A veces hasta me da por inventar sin más. En una época llegué a decir que en ese departamento vivía Mairal, el escritor. Sí, decía eso y agregaba que lo del señor de abajo, el nombre de su blog, era por mí. A mis conocidos no parecía importarles demasiado.
Se me fue haciendo un hábito eso de imaginar y ni siquiera me desanima que ahora no haya nadie. Suele pasarme que termino una nota frente a la computadora y me quedo escuchando. El silencio que baja me da tal libertad, que durante este último tiempo pienso que arriba vivo yo. Un yo menos pelado, mejor vestido, como era hace unos diez años. Imagino que tengo un estudio, saco fotos a modelos con las que después tengo sexo. A veces hasta me enamoro, nos enamoramos y durante un tiempo hacemos una buena pareja. Otros días pienso que estoy con mis hijas. Jugamos con sus muñecas o soy la mejor clienta de su peluquería. También imagino que tengo un hijo varón que se llama Nahuel, como me hubiese gustado. Con él compramos una Play y nos la pasamos jugando en un televisor gigante, con sonido envolvente y todo eso. Ahí vive también el músico que no fui, el marido que no engañaba a su mujer, el hombre que no empezó a tomar cada vez más hasta que un día fue a buscar a la casa a su exmujer y le dio una paliza que la mandó al hospital.
Hay veces en que pienso que podría vivir el periodista respetable que no llegué a ser, al que ni se les ocurriría darle las sobras, el relleno de cualquier sección. También vienen a visitarme viejos amigos. Imagino que no dejaron de verme a pesar de que nunca les devolví la plata prestada o los insulté cuando trataron de aconsejarme. Amigos que no se dieron cuenta de la envidia que sentía. No tanto de ellos como de sus vidas más o menos ordenadas.
Desde que no me importa la realidad la paso mejor. Cuando ni siquiera tengo una nota que hacer y me quedo en la cama fumando, imagino que en el piso de arriba soy artista, científico, astronauta.
Disfruto mucho de este ejercicio pero tampoco soy idiota. Sé perfectamente que arriba es mucho más chico que acá y que sólo hay un balcón que no da a ningún lado. No me mudaría de nuevo ni por todo el oro del mundo. No sería lo mismo. El del piso de arriba era un hombre joven con todo un futuro por imaginar. Uno de esos tipos que matan mosquitos con una sola mano. Cualquier mujer que me cruzo hoy por la calle podría haber sido su compañera. La madre de unos hijos con quienes ser un gran padre. El tipo de arriba lo tenía todo. Tengo claro que de llegar a mudarme, acostumbrado como estoy a imaginar, no me quedaría más remedio que pensar en el tipo de abajo.