Música
LA NO RESEÑA: The Velvet Underground & Nico
¿Cuántas maneras hay de reseñar un disco? ¿Hace falta saber de música? Si la respuesta para usted fuera que sí, descarte la lectura de este texto.
Amo la música, no puedo vivir sin ella. Pero no sé absolutamente nada de sonidos, instrumentos, notas musicales. Tuve una pequeña incursión en clases de guitarra y otra en clases de piano, ambas en esa otra vida llamada infancia. Fueron fallidas, por supuesto. Los detalles, las cuestiones técnicas del mundo de la música se me escapan, no los sé. Pero sí sé cuándo un disco me cala hondo, dónde y por qué. Padezco de una memoria musical minuciosa. Soy capaz de escuchar una canción “x” sin ningún tipo de relación con mis gustos habituales y recordar que esa misma canción sonaba tal día en tal bar cuando me reuní con “y” persona por algún motivo intrascendente.
La primera vez que escuché The Velvet Underground & Nico fue en el 2002, yo estudiaba cine en el IDAC, escuela de Avellaneda con enfoque documental, teníamos que hacer nuestro segundo trabajo, ya habíamos pasado por el videominuto, ahora nos tocaba un corto. Había un equipo formado, cuatro personas. Éramos todos muy distintos pero congeniábamos bien.
Hay muchas cosas que no recuerdo de esa época, no recuerdo, por ejemplo, cuál era la consigna para el trabajo, pero sí que para cumplirla habíamos decidido documentar la vida de un pollo desde que nace hasta que se transforma en patita de pollo Granja del sol.
Hay muchas cosas que no recuerdo de esa época, no recuerdo, por ejemplo, si aquel largo viaje en auto fue hacia Guernica o Alejandro Korn o tal vez otra localidad aledaña a estas. Íbamos a buscar lo primero que necesitábamos para nuestro proyecto, los huevos de pollo a punto de nacer. Manejaba Andrés, el único que tenía auto y el único que por ese entonces vivía solo.
Hay muchas cosas que no recuerdo de esa época, sí recuerdo, por ejemplo, el apellido de Andrés, podría pronunciarlo a la perfección, un apellido alemán, pero no podría escribirlo sin pifiarle a alguna letra.
Cuando llegamos a la granja un empleado nos mostró el lugar, parecía una fábrica —era, de hecho, una fábrica— inmensa y llena de cajoneras. Sí, cajoneras; cien, doscientas, trescientas, un millón. Al abrirlas un concierto de “pío, pío, pío” sonaba como una hinchada furiosa por el mal pase de un jugador en un estadio de futbol. Estábamos maravillados y estupefactos a la vez. El señor nos dio dos huevos a punto de cascar, también indicaciones para cuidarlos en el viaje: mantita, calor. No nos quiso cobrar. Nos los llevamos en un tupper. Luego necesitarían mucha luz y más calor. La filmación se hizo en la casa de Andrés. Andrés era decididamente hermoso y decididamente gay. Pragmática, me enamoré de otro del equipo; Nicolás. No queda en mí ningún registro de su apellido, ni cómo se escribe ni cómo se pronuncia, nada. Jamás pasó algo entre nosotros.
Era un día de semana. Horas y horas y horas con la cámara fija en la incubadora improvisada. Horas y horas y horas siendo testigos del esfuerzo descomunal de cada bicho por romper un poco de huevo, y otro poco de huevo horas más tarde y asomar una pata, después la otra. Horas y horas y horas de tener los ojos clavados en esos animales que se desgarraban por asomar el pico hasta que salieron, por fin, al mundo. Todo fue muy hermoso y muy lento.
Horas y horas y horas en que sonó una y otra vez The Velvet Underground & Nico. Ese disco lanzado en 1967 y que yo escuché por primera vez en 2002, en la casa de Andrés, viendo nacer a dos pollos, haciendo un reality de eso. Reconocía la ilustración de Andy Warhol en la portada —la famosa banana que tanto hemos visto en remeras, pines, imanes, láminas— pero no sabía en ese entonces que fue él quien dirigió la grabación del disco. Tampoco hasta ese día había escuchado a Lou Reed, voz de casi todos los temas. El inigualable Lou Reed con su voz tan triste, desesperada y sensual. The Velvet Underground & Nico; ese disco tan borde, tan mazazo en la cabeza, tan navaja. Esas canciones que entran como una puñalada que daña y a la vez provoca placer. Canciones que hablan de droga, de prostitución, canciones que tienen ideas suicidas. Nada más lejos de lo que estábamos haciendo nosotros en ese momento, cuidando la temperatura a cada instante para que los pollos pudieran darse a luz a sí mismos. Mientras eso sucedía sonaba The Velvet Underground & Nico con su oscuridad tan luminosa. Entonces tuve la claridad, la visión, la certeza. Ese momento, eso que estaba viendo y eso que estaba escuchando, me estaban haciendo algo adentro, algo que me acompañaría el resto de mi vida.
Nuestro proyecto viró por completo.
Como suele suceder, cuando uno documenta la realidad de manera honesta, la realidad se impone. Ya no nos importaba el proceso que venía después, la fábrica de patitas de pollo, la cadena comercial hasta que se convierten en cena rápida de tantas personas. El nacimiento de los pollos había sido tan revelador que merecía todo el protagonismo. No queríamos contar más que eso. Claro que teníamos que entregar algo que respondiera al guion planteado anteriormente. Pero teníamos 7 horas de grabación del nacimiento de los pollos y había que editar ese material, reducirlo a 10 minutos. Tarea que vendría después, insoportable y muy angustiosa. Resolvimos quedarnos con el nacimiento y nada más. Para contar el resto fuimos al súper y compramos unas patitas de pollo, las freímos y filmamos la cocción. Sobre esa imagen fueron los créditos de nuestro trabajo. Una elipsis magistral —modestia aparte—. El corto se llamó Pajaritos.
Hay muchas cosas que no recuerdo de esa época, no recuerdo, por ejemplo, cómo nos evaluaron. Y lo cierto es que no importa en lo más mínimo. Uno de los pollos no pasó la primera noche, al otro me lo llevé yo y vivió en mi casa lo que tuvo que vivir.
Hay muchas cosas que no recuerdo de esa época, pero estoy convencida de algo; sin The Velvet Undergorund & Nico sonando de fondo, este relato y, sobre todo, mi recuerdo, no serían los mismos.
¿Cuántas maneras hay de reseñar un disco? No sé. Tal vez esta sea una de ellas.
Mariana Kruk
Mariana Kruk nació el 31 de mayo de 1983, un martes de lluvia torrencial. Es poeta, editora y gastronómica. Dicta talleres de poesía y dirige Halley ediciones. Escribe poemas de amor, como si se pudiera escribir de otra cosa.
IG: @emekruk