Textos de Otres
Yo me inventé un abuelo. Tenía una vaca y dos ovejas en la montaña. Manejó una ametralladora en Rusia y su estrella lo salvó en una estación de Roma. Trabajó en una fábrica de cartón y en otra textil. Hizo las casas de sus hijos. Tomaba mucho vino y no se emborrachaba. Era carismático y compasivo. No sé si le gustaba la música, ni cuál era su comida favorita y tampoco si volvería a vivir la vida que vivió. Ese hombre-leyenda de herencia me dejó un leitmotiv.
Miles de veces escuché que “Más vale un día de león que cien de oveja”, porque el abuelo lo decía. Crecí con eso y lo tomé como guía en las decisiones solitarias que ya no se pueden cambiar. Escudado en mi herencia dejé novias, cancelé proyectos, me peleé con jefes, defendí amigos y renuncié a trabajos. Los resultados fueron parejos. Me tildaron de cabrón, malhumorado, rencoroso, caprichoso, cagón y otras tantas verdades que ya no me las acuerdo.
Me dijeron todas las cosas posibles, menos una: mal tipo. Mi abuelo fue el pater familiae de una saga de buenas personas. Aunque me haya inventado un abuelo, viví en su legado y me gusta pensar en su orgullo de abuelo. Y de hombre.
Diego Taraborrelli es un poeta verde del barrio de once. Estudió en una Universidad y le dieron un título de Licenciado en algo que no cree. Atrapado en esa milonga, hizo una maestría y un doctorado para, finalmente, darse cuenta que le gustaba la poesía.
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