La Caja de Pandora

Cuatro que no sabés qué son…
Cuatro que no sabés qué son…
Cuatro que no sabés qué son...

La Caja se abre, propiamente como lo que es: impredecible. De ella salen cuatro libros inclasificables: ¿Poesía?, ¿Ensayo? ¿Narrativa? ¿Ciencia? ¿Todo eso junto?

Diego Alfaro Palma, Monika Zgustova, Alfonso Armada y Cal Flyn, escriben para perturbarnos al mismo tiempo que nos atrapan con su escritura. Contenido: lo que dicen; Continente: la letra con la que lo dicen. El cómo y el qué nos desconcierta uno tanto como el otro. Lit- Pan les recomienda que los lean de noche, en el silencio de la noche y con una sola luz, la que alumbre el libro.

Valles Sonoros (Alquimia 2023) de Diego Alfaro Palma, es un texto que no se lee… se oye, así «Hilvanando poemas, bitácoras y lecturas, en estas páginas se desentraña la escucha con la precisión de quien cierra los ojos buscando agudizar el sentido…»:

«Dentro del fruto maduro de la noche, mientras Thoreau vivía en su cabaña en Walden Pond –terreno cedido por su amigo y maestro, el poeta Ralph Waldo Emerson- nuestro pensador salía a recorrer o se sentaba en alguna piedra para recobrar la intimidad que el ruido del ferrocarril le había arrancado en su paso, con sus repiqueteos brillantes sobre los durmientes; ahí podía encontrarse con un lenguaje anterior al humano, al de la carga y descarga de vagones, encontrarse con un secreto aún mayor que la maduración del trigo:

Algunas veces, los domingos, cuando el viento es favorable, escucho las campanas de Lincoln, Acton, Bedford o Concord, una sutil y natural melodía, que se diluye en el monte. A una distancia cercana el sonido se convierte en una vibración en el bosque, como si las agujas de pino en el horizonte fueran las cuerdas de un arpa tañida. Todos los sonidos que se escuchan a los lejos producen el mismo efecto, la vibración de una lira universal, como si el enclave de la atmósfera trazara una división en la tierra, interesante a nuestra vista por los azules que imprime sobre ella.

¿Será esa campanada la misma que escuchó Neruda en su poema “Galope Muerto”?...». (pg. 147)

Vestidas para un Baile en la Nieve (Galaxia Gutenberg 2017) de Monika Zgustova.

Fragmento de la contratapa: «Vestidas para un baile en la nieve (la policía secreta soviética se llevaba a sus víctimas en cualquier momento, también cando estaban a punto de acudir a un baile) traza el retrato de nueve mujeres y su tiempo en el Gulag pero también el regreso a su vida cotidiana…»:

«Se me acaba de ocurrir que en toda mi vida (pronto cumpliré ya treinta y seis años) no he tenido una habitación propia en donde poder encerrarme y trabajar sin molestar a nadie y sin que nadie me moleste. Más aún, durante los últimos años me he desacostumbrado por completo a ver, sin extrañarme, una vivienda humana mínimamente digna. La cosa llegó a tal punto que, al visitar a V.M. Ínber en su casa, me sentó horriblemente deprimía al ver sillones, armarios, sofás y cuadros. En cambio, tu casa me encantó y tuve ganas de tocarlo todo con las manos. En pocas palabras, en estos años me he vuelto tosca y apocada. Tendría que cuidarme mucho para volver a acostumbrarme a que todo me esté permitido y que todo me pertenezca. Pero mi destino no es precisamente de los que prodigan este tipo de cuidados, aunque todavía no haya aceptado que voy a ser una desgraciada de por vida, pues sigo soñando que me despierto y todo está bien.» (pg. 75).

Sarajevo (MALꟼASO 2015) de Alfonso Armada.

La guerra de Los Balcanes fue uno de los hechos trágicos de finales del siglo XX. Sí, en Bosnia Herzegovina morían de miles bajo la lluvia de proyectiles, y Europa entera miraba hacia otra parte mientras disfrutaba de su vida cómoda agradecida de su propia factoría de colonialismo. Alfonso Armada estuvo allí y describió la crueldad para la indiferencia de quienes leían sus crónicas en el diario El País de España.

«Yo soy un cobarde y además no sé llorar. ¿Qué es lo que se puede hacer en medio de este infierno? Hoy he visto a la madre de Alma: en el suelo, envuelta de pies a cabeza en una sábana. ¿Es ése el sudario que a todos nos está esperando aquí? También he visto la desesperación de Alma horas antes: “Mi madre se está muriendo”. Como Sarajevo: sin agua, sin calefacción sin apenas comida, entre una niebla maloliente y sucia y bajo los bombardeos. ¿Quién da más? ¿Cómo se puede resistir aquí? Yo me salvo porque escribo, ¿pero puedo decir acaso que ésta no es mi guerra? Yo soy un cobarde, y además no sé llorar. Por eso escribo como un condenado a muerte y solo quiero salir de aquí. Porque me cuesta digerir tanta tristeza. Y porque sé que, si fuera menos cobarde y supiera llorar, debería quedarme aquí» (pgs. 92/93).

Islas del Abandono (Fiordo Editorial 2023) de Cal Flyn.

Fragmento de la contratapa: «¿Qué sucede cuando un territorio antes ocupado y explotado por seres humanos queda abandonado, ya sea luego de una catástrofe climática, una guerra, cambios en los modos de producción o a causa de un desastre medioambiental? Islas del Abandono es un estudio de esos paisajes poshumanos, de lo que ha sucedido durante años, décadas o siglos mientras nadie observaba; de lo que, contra todo pronóstico, sigue vivo…».

Cal Flyn estuvo allí, en cada lugar que describe. Ella fue y escribió lo que vio, sí, pero antes de hacerlo, sintió cada espacio, oyó voces –cercanas y lejanas- olfateó lo que se mantiene en la perennidad del aire; recién entonces escribió para nosotres:

«Las nubes de gases de arsina producida durante la quema envenenaron la tierra y la dejaron yerma. Parece una tundra o asfalto derretido: un terreno baldío del tipo más puro. En el centro una ceniza semejante al alquitrán reposa oscura y desnuda, la superficie agitada como un mar picado. Líquenes y musgos se aferran a los bordes. Más atrás, hebras de hierbas finas como cabellos caen a ambos lados, como la raya del pelo. Nada más. Mientras el bosque crecía y se extendía a su alrededor, en la Place à Gaz era siempre invierno, nunca primavera (…) En la década de 1950, la naturalista rusa N.G. Nesvetaylova descubrió que era posible modificar el color de las amapolas añadiendo diversas sales metálicas al compost; por ejemplo los compuestos del zinc producían flores amarillo limón mientras que el boro volvía las hojas de color verde oscuro. El cobre, por otro lado, producía hojas pálidas, azuladas, “de color paloma. (Así un jardinero con afán de hada madrina podría rociar la tierra bajo un almendro con manganeso para cambiar la corola de sus flores de blanco a rosa; el sulfato de aluminio sobre las raíces de una hortensia hará que sus cabezas de algodón de azúcar adopten un tono malva, después añil y, por último, azul celeste) Y también existía la posibilidad de mezclar, como un brebaje de brujas; si se añadían dos o más sales juntas, a modo de tintura, las flores adquirían tonalidades nuevas inesperadas, totalmente diferentes a lo que podía observarse cuando los metales se añadían por separado». (pgs. 197/198/199).

@calflyn

@monikazgustova

@diego.alfarop

@alfarmada

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