Textos de Otres

Hongos y versos [Parte II]
Hongos y versos [Parte II]

Hongos y versos [Parte II] - Extractado del libro «Valles Sonoros» de Diego Alfaro Palma (Alquimia (Ediciones 2023: Parte I 131 a 137 – Parte II 138 a 141)

 

No volvamos naif la historia anterior. Gordon Wasson era un importante banquero, vicepresidente de J.P. Morgan Chase. María Sabina murió en la pobreza.

Gordon Wasson prometió a María no revelar nunca ni las fotografías ni su ubicación geográfica exacta. Y a pesar de que en el mencionado artículo de la revista Life no decía el nombre del pueblo, el estado Oaxaca aparecía con mayúsculas, también las fotos del rito —no las más importantes, pero igualmente varias. Ese artículo hizo que el mundo pusiera los ojos sobre la curandera y su pueblo entre las montañas. Al nacimiento del movimiento beat y del posterior hippismo, las caravanas se volcaron a Huatla de Jiménez, como en una especie de peregrinación. Gordon Wasson publicó varios libros, dio extensas charlas en las universidades más importantes del mundo, incluso produjo un disco con las grabaciones de los poemas rituales de María Sabina, replicando un acto de colonialismo sobre su figura y su conocimiento.

El poeta mexicano Homero Aridjis cuenta que, ya entrada en la vejez, acompañó a Sabina al D.F. para tratarse en el Instituto Nacional de Cardiología y que, a pesar de su popularidad, ella no contaba con medios para su tratamiento. “La más grande poeta visionaria de las Américas se está muriendo en la miseria”, le dice Homero a su esposa Betty. Pero María Sabina había nacido en la pobreza, eso no era nada nuevo para ella, lo increíble es que la celebridad y las canas apenas le habían dado réditos para ayudarse y ayudar a su comunidad. De hecho, los hongos los descubrió así, por hambre, mientras caminaba por los cerros de Huatla de Jímenez, los vio, sabía que no eran malos y los comió, sintiendo su sabor a tierra, su amargor, para luego entrar en la visión. Junto con su hermana fueron varias las veces que se alimentaron de ellos, y que tras ingerirlos sintieron sus estómagos y sus ánimos llenos, sus cuerpos renovados.

Así cuenta Homero Aridjis cómo la curandera descubrió la poesía a través de los viajes sicodélicos:

María Sabina poco a poco se dio cuenta que sus palabras eran hermosas, y que al descubrir el lenguaje de los hongos descubría el suyo. Por ese tiempo su tío Emilio Cristino se enfermó y su abuela trajo una noche a la choza al sabio Juan Manuel para curarlo. “Vi cómo el sabio Juan Manuel encendía las velas y hablaba a los dueños de los cerros y a los dueños de los manantiales. Vi cómo repartía los hongos contándolos por pares y los fue entregando a cada uno de los presentes, incluyendo al enfermo. Más tarde, en completa oscuridad, hablaba, hablaba y hablaba. Su lenguaje era muy bonito. A mí me gustó. Por momentos el sabio cantaba, cantaba y cantaba. No comprendía exactamente sus palabras, pero a mí me agradaba. Era un lenguaje que, sin comprenderlo, me atraía. Era un lenguaje que hablaba de estrellas, de animales y de otras cosas desconocidas para mí... Los hongos habían hecho cantar al viejo Juan Manuel”.

La poesía es una experiencia del lenguaje que sin comprenderla en su totalidad nos atrae, sobre todo en momentos en que nuestra percepción del mundo es más abierta, más dispuesta al encuentro con lo nuevo. La palabra, descubrió María, era el vínculo para unir la visión al mundo circundante: el yo se deshacía en enumeraciones, relaciones, comparaciones entre objetos que antes parecían tan distintos y distantes. La montaña y el corazón. El río y el pelaje de los animales. El atardecer y el olor de la tierra tras la lluvia. Pero no solo eso, porque los hongos y los cantos curaban, eran vías para la sanación de su pueblo, sumido en el desamparo y la explotación. Así también el sincretismo entre lo cristiano y lo indígena se volvía natural: comulgar los hongos para sanar, entender que los niños santos son la carne de Cristo.

María Sabina había dado sin saberlo con los hongos que tanta atención le habían llamado a Fray Bernardino de Sahagún y que los describía en Historia de las cosas de la Nueva España como “un pequeño hongo negro que llaman nanacatl que ejercía en los indígenas de manera terrorífica, excitante, perturbante o imprimía en ellos una alegría notoria”. Con esa alegría notoria, ella hilaba palabras en un gran manto de ideas, intuiciones, sonidos, repeticiones, en una sola concentración que la llevaba a cantar:

Soy la mujer que espera. / Soy la mujer que examina. / Soy la mujer que mira hacia adentro. / Soy la mujer que mira debajo del agua. / Soy la nadadora sagrada / porque puedo nadar en lo grandioso. / Soy la mujer luna. / Soy la mujer que vuela. / Soy la mujer aerolito. / Soy la mujer constelación huarache. / Soy la mujer constelación bastón. / Soy la mujer estrella, Dios / porque vengo recorriendo los lugares desde su origen. [...] Soy la mujer que brota. / Soy la mujer arrancada. / Soy la mujer que llora. / Soy la mujer que chifla. / Soy la mujer que hace sonar. / Soy la mujer tamborista. / Soy la mujer trompetista. / Soy la mujer violinista. / Soy la mujer que alegra / porque soy la payasa sagrada. / Soy la mujer piedra del sol. / Soy la mujer luz de día. / Soy la mujer que hace girar. / Soy la mujer del cielo. / Soy la mujer de bien. / Soy la mujer espíritu / porque puedo entrar y puedo salir / en el reino de la muerte.

Diego Alfaro Palma

IG: diego.alfarop

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