Fotos, Plástica, Otros.
La sociedad vigilada. Por Alberto Natán
INSPIRADO EN “VIGILAR Y CASTIGAR” de Michel Foucault
En los tempranos ochenta del siglo pasado, el grupo Vivencia popularizó una canción cuya letra comenzaba: “…Natalia y Juan Simón están presos/la ley los sorprendió/en un beso/…”.
Esta foto pertenece a Carolina Sella. Ella la subió a sus redes sociales. La vi y creí ver su mundo bifurcado.
Fotógrafo de la casualidad.
Esta foto la tomé en 2011, en Jaipur, India. Lo que tiene de particular no se ve; es que yo estaba trepado, medio cuerpo en el borde superior del muro, apoyado sobre codos y ante brazos. ¿Las piernas?: colgaban al aire.
Continuando con la serie, ahora expongo la foto que tomé a un cementerio en Estocolmo, Suecia. Lo que nos llamó la atención (junto a mis hijas), fue que no sólo estaba en el centro de una manzana rodeada de edificios residenciales. Desde estos se puede acceder al cementerio de modo directo, como si fuera un parque. Vimos también, gente leyendo, que descansaba o charlaba sentada en los bancos. Otras, se notaba, estaban ahí para recordar a sus muertos.
También pudimos observar que están mezcladas las lápidas con sus símbolos religiosos: musulmanes, judíos, católicos, etc.
Creo que, de esta manera, la muerte pierde cierta aspereza entre tenebrosa y dramática.
Horacio Esber
Esta foto continúa la serie “Cementerios”.
Cueva de Misioneros, cerca de Alotau, Papúa Nueva Guinea.
Esta cueva bien podría ser un “armado para turistas”, obviamente, no lo sé. Igual, la leyenda cuenta que estas calaveras pertenecieron a vencidos en combate y algunas, a los misioneros cristianos que llegaron hasta allí, una serie de islas y laderas de montañas papuenses, que estuvieron habitadas por pueblos caníbales.
Dicen… los guías nativos que te llevan hasta la cueva después de una hora de navegación, que los misioneros enseñaron a sus ancestros a utilizar ingredientes diferentes a la carne humana para sus comidas. Y que, aunque bien apreciada la enseñanza, de tanto en tanto, los vecinos “nyc”, es decir nacidos y criados, solían preparar riquísimos caldos; sopas muy nutritivas que calmaban el hambre cuando la pesca escaseaba. Cuentan que los misioneros nunca estuvieron seguros qué huesos habían hervido en los calderos de barro.
Sí, aunque ustedes crean que lo invento, eso aprendí allá por enero de 2017, en las cercanías de las Trobriand, las islas que Bronislaw Malinoswki hizo famosas.
Horacio Esber
Les dejo algunos datos “wikipedianos” acerca de Alotau, la parada previa imprescindible para llegar hasta la cueva:
Alotau es la capital de la provincia de Bahía Milne, en Papúa Nueva Guinea. Cuenta con alrededor de 10.000 habitantes. Está localizado en la costa norte de la Bahía Milne.
El pueblo se encuentra en el área donde la fuerza invasora de la Armada Imperial Japonesa sufrió su primera derrota en la Guerra del Pacífico en 1942, antes de la batalla de Kokoda Track. Un parque en el lugar de la batalla conmemora el evento.
No existen caminos de entrada o salida a Alotau, por lo que la única vía de acceso es por aire. El aeropuerto de Alotau fue llamado aeropuerto de Gurney después de que el líder de escuadrón de la Real Fuerza Aérea Australiana, Charles Raymond Gurney, fuera asesinado en el área en 1942. El aeropuerto se encuentra a 12 kilómetros de la ciudad…”
En la ruta a Carita, Indonesia, recorría una sucesión de pequeños pueblos costeros, dedicados principalmente a la pesca. La fantasía de conocer el Krakatoa me llevaba por esos lugares. En realidad, lo que iba a ver era el “hijo del Krakatoa” al que los locales llaman justamente así: Anak Krakatau*.
En uno de esos pueblitos tomé esta foto. Al final del día pude apreciar el velo que cubre los ojos del pescador. El humo espeso del cigarrillo que terminaba de exhalar no había alcanzado a disiparse consiguiendo así ese efecto, imposible (para mí) lograr a propósito.
Horacio Esber
*Les dejo algunos datos “wikipedianos” acerca del volcán:
“…Anak Krakatau es un volcán joven y una de las islas de Krakatoa. La isla se encuentra en el centro de los otros tres, todos ellos localizados en una de las zonas volcánicas más activas de Indonesia y en el mismo lugar que el antiguo volcán Krakatoa. Wikipedia
Provincia: Lampung
Última erupción: 2010
Tipo: Caldera volcánica
Ubicación: Estrecho de Sunda, Indonesia…”
Budapest. Esta foto la tomé en 2012. La música de ese violín sonaba a despecho de todas las bullas existentes; pude notarlo apenas llegué, porque cerca, muy cerca, había un contingente de italianos que no paraban de hablar -respetando furiosos el estereotipo- a los gritos.
Pero la mujer, interpretaba los sones clásicos de algún tema que mi ignorancia no me permitía saber de cuál se trataba; se sobreponía además a otros estrépitos, tan fastidios como el de los tanos: otros y otras, entrechocaban vasos, tenedores o cucharas. Poblaban las mesas de bares y restaurantes, los habituales colonizadores de canteros y veredas.
Con eso ya era suficiente para admirarla, hasta que…, dos tranvías cruzaron a sus espaldas (uno iba hacia el norte y el otro hacia el sur); el chirrido de los boggies sobre las vías parecieron ahogarse, ante los ecos de aquellas cuerdas mágicas.
Entonces esperé, con la cámara de fotos lista, seguro llegaría un tercero…
Horacio Esber
A principios de febrero leí en Babelia, el suplemento del diario El País de España, un artículo titulado Elogio de lo póstumo, cuya lectura recomiendo y que pueden encontrar acá:
Así descubrí la historia de Vivian Maier. Esa fotógrafa “improvisada” que a lo largo de su vida retrató su mundo, mundo espontáneo debajo de su lente. Justamente ahí reside la magia de su trabajo.
Sugiero, al mismo tiempo dos breves documentales sobre ella y su obra:
1) Documental de 9’ en español. VER
2) Documental de sus fotos. El audio es música que acompaña el pasaje de las fotos, está muy bueno. VER
Tengo la secreta esperanza que las historias de estas fotos, puedan interesarle a alguien, aunque sea un poco…
Hacia diciembre de 2017, pasé por Tilcara. Es un ritual que siempre realizo cada vez que voy a Jujuy: subir al Pucará. A lo mejor quiera reparar el fallo de la Selección Argentina de Fútbol de 1986. Ellos se comprometieron a volver si ganaban la copa. Hasta ahora no lo hicieron…
La cuestión es que, mientras con mi primo Polo subíamos, nos dimos cuenta que las siluetas de las personas que iban o venían no estaban. Ni tampoco las nuestras. Es decir, nos habíamos convertido, según la leyenda, en seres sin sombra o, lo que es lo mismo, sin vida.
La versión positivista indica, en cambio, que durante el solsticio de diciembre (en nuestro hemisferio), a determinada hora el sol cae recto sobre el mundo y que así, por un rato, la sombra se toma un descanso.
La espalda es la mía, sin contorno en el piso. La manoisombra es la de mi primo que sostuvo así la cámara para que se notara mejor el efecto “equinoccico”.
Horacio Esber
Tengo la secreta esperanza que las historias de estas fotos, puedan interesarle a alguien, aunque sea un poco…
Alguna vez leí que el arte de la fotografía consiste en captar el instante.
Por supuesto, como lo he dicho ya, soy apenas un amateur con la cámara. Veo algo, apunto y saco la foto.
En este caso, también como otras veces, la foto que tomé está lejos de lo que había imaginado.
Puede observarse que en el centro hay una madera colgando, como si fuera una mancha en medio del follaje. Ya ni siquiera recuerdo por qué me había llamado la atención. Lo cierto es que después que la tomé, descubrí ese fenomenal contraste de sombra y luz. Y ese detalle hace que sea una buena foto –según me ha dicho mi amigo Jean Luí. Sin embargo no deja de ser una casualidad, tal como me pasó en la fotografía de Mahe, la de las copas, la madre y su hija o hijo.
Volví varias veces a ese lugar, en San Marcos Sierra, trataba de reproducir la misma foto con otra cámara (de mejor tecnología). Fue imposible. Y confieso que alguito frustrado quedé. Será que el arte de la fotografía es, para mí, apenas una cuestión de suerte.
Horacio Esber
Esta foto inaugura la serie “Cementerios”.
Este es un cementerio bastante antiguo que se encuentra en una Isla llamada Devonport, en Nueva Zelanda.
Me llamó la atención porque estaba (como pasa con muchos cementerios en ciudades europeas) en medio de la ciudad y completamente abierto. A su alrededor hay casas y los chicos juegan en él, como si fuera (es) un parque cualquiera.
Hay varios bancos, algo usual en esa parte del mundo, que la gente dona con las inscripciones de los donantes.
En este caso había uno, en el que me senté, que tenía dos placas con el nombre de una mujer y un hombre. Según se leía, habían sido esposos hacia mil ochocientos noventa y pico. La cuestión es que el hombre lo había donado en homenaje a su mujer después que ella falleciera. Más tarde, alguien –algún pariente o amigo- agregó la siguiente chapa con su nombre (el de él).
El cementerio en sí, parece arbolado desde siempre y sus tumbas tienen algo de señorial y burgués que ponen cierta distancia con el observador imparcial, o sea, aquel que no está muerto todavía…
Horacio Esber